Cada uno de los enemigos del corazón está energizado por la idea de que alguien debe algo. La culpa dice: «Te debo». El enojo alimenta la idea de que tú me debes. La avaricia se mantiene viva por la presuposición de que yo me debo. Este cuarto tema del corazón no es diferente. Los celos. Los celos declaran: «Dios me debe».
Cuando meditamos en los celos o la envidia, de inmediato pensamos en las cosas que otros tienen y nosotros no: apariencia, habilidades, oportunidades, salud, altura, herencia, etc. Asumimos que nuestro problema es con la persona que posee lo que nos falta. Sin embargo, seamos realistas; Dios podía habernos dado todo eso a nosotros. Lo que sea que Él le haya dado a tu prójimo, también podría habértelo dado. Es por eso que quizás sientas que Él te debe algo.
Los celos pueden aterrorizar tu vida y destruir tus relaciones. La buena noticia es que este monstruo, como los otros tres, tiene una vulnerabilidad. Y es algo que quizás no esperas: deja de codiciar lo que otros tienen y comienza a pedirle a Dios lo que Él sabe que es mejor para ti.
Como declara Santiago, nuestros conflictos externos son el resultado directo de un conflicto interno que ha salido a la superficie. Queremos algo, pero no lo tenemos, así que nos peleamos con los demás. Los deseos a los que Santiago se refiere en este pasaje representan una sed insaciable: nuestra sed de bienes, dinero, reconocimiento, éxito, progreso, intimidad, sexo, diversión, relación, compañía.
Entonces, ¿qué hacemos con los deseos y apetitos que nunca pueden ser satisfechos de forma plena y total? Santiago expresa que, en primer lugar, los llevemos a quien los creó. En otras palabras, Santiago nos está dando permiso para derramar nuestro corazón en una conversación sincera con nuestro Creador.
Todas tus preocupaciones, grandes y pequeñas, le importan al Padre porque tú eres importante para Él. Ya sea que se relacione con tu vida amorosa, tu carrera, tu matrimonio, tus padres, tus hijos, tus finanzas, tu educación o tu apariencia, llévalo ante Él. Y continúa llevándolo hasta que encuentres la paz para levantarte de tus rodillas y enfrentar el día, con la confianza de que Él se preocupa por ti.
Déjame asegurarte: tu corazón siempre será importante para el corazón de Dios.